lunes

7

Hoy necesito algún cambio radical. Una página distinta en mi existencia. Un nuevo amanecer. La rutina me mata. Me encantaría vivir una hora que se saliese de lo cotidiano, aunque sé por experiencia que no ocurrirá.
A las 6:45 suena el despertador, a pesar de que no halla pegado ojo en toda la noche. 3 minutos después y a trompicones, camino hacia la ducha. En ella empleo mis diarios 24 minutos aseándome. Al salir me dirijo de nuevo a mi habitación decorada con montones de fotografías que ahora noto tan lejanas. Me visto, desciendo las escaleras hasta la cocina y me dedico por entero a un sencillo desayuno de 4 galletas ( ni una más, ni una menos ) y el café.
A las 7:41 salgo de casa. Atravieso la calle; la 1ª a la izquierda, y ahí está la parada del autobús. Tras 780 segundos, aparece al final de la calle. En los 27 minutos que dura mi trayecto, me abstraigo entre el traqueteo del autobús y los murmullos de los personajes de dicho medio de transporte. Me siento como un navegante a la deriva, en medio de un mar sin viento, en el que solo queda esperar.
A las 8:21 llego a mi destino, donde me reciben mis amigos y camaradas con sonrisas amables, alegando tener suculentas noticias y datos extraordinarios. No se dan cuenta de que es el mismo relato con ligeros matices y distintos protagonistas. Sonrío, suelto un comentario sarcástico y todos ríen. Al parecer no han apreciado el toque burlesco de mi acotación… una vez más.
Unas 6 infernales horas y 39 minutos más tarde salgo de allí, sintiendo que las clases no me aportan nada nuevo. Me siguen dejando más muerto que vivo.
No quiero volver a casa aún. Miro el reloj. Para mi madre, aún me quedan 4 horas para salir del taller de carpintería porque estoy trabajando en un trabajo con un compañero. Lo que ella no sabe es que lo finalicé hace 2 semanas. Era un trabajo individual.
A las 15:18 estoy en el local de comida rápida que se ha convertido en mi 2ª o 3ª vivienda en estos últimos 4 meses. Devoro mi hamburguesa con avidez; pensando mientras en a quién debo darle las gracias por una realidad tan insustancial.
A las 15: 53 salgo y ando. Me encamino lentamente entre un sinnúmero de callejuelas escondidas en esta, mi ciudad. Finalmente, llego a mi destino. Un parque enorme en el que se extiende una gran arboleda. Está inundado de millones de flores de todos los tipos. Bajo ellas, un frondoso y amplio césped verde casi fosforescente que te pide en una muda invitación que te sientes a los pies de un pino, o de una acacia. Como si un canto de sirena fuera, me alejo unos metros hasta encontrar lo que se podría llamar “Mi lugar”. Se encontraba frente a un estanque y bajo una aya. Solitario y poco concurrido. Perfecto para mí.
Me siento y reflexiono. Sobre todo. Mi futuro, mis decisiones, mis relaciones,… sigo dándole vueltas. No me conduce a nada. Lo mire por donde lo mire, me deriva a lo mismo: el olvido por parte de todos de una persona tan poco interesante y sustancial como lo soy yo. Cierro los ojos y me dejo llevar por el sueño.
Al rato, me comienzo a inquietar. No se si es a causa del sueño que acabo de tener, pero me siento observado. Esto hace que me sienta tremendamente incomodo.
Abro los ojos. Alguien. Una chica. Me está mirando, con unos ojos negros que hacen que se revuelva mi interior de una manera inquietante. Se encuentra en la otra orilla del estanque. Está sentada sobre una manta gris y parece que estaba jugando a las cartas antes de centrar su atención en mí. No adivino cual puede ser la razón por la que me observa con tal fijeza. Será por ese aire de lunático que me da el pelo despeinado. El caso es que no puedo apartar la mirada. El tiempo sigue pasando, mas yo no lo noto. Solo quiero estar aquí, con ella, hasta que el mundo explote.
De repente, se levanta. Recoge sus cosas y se marcha en silencio. Yo sigo embobado, empapándome con cada uno de sus movimientos y encerrándolos en mi memoria, como si se tratara de una obra de arte. Hasta que no veo que se ha perdido entre los árboles, no vuelvo en mí mismo y miro la hora. Las 19:07. Se había hecho muy tarde y seguro que mi madre estaría en casa preocupada. Me incorporo y recorro lo andado a una velocidad de vértigo.
Llego a mi casa antes de lo que esperaba, a las 19:54. Gritos por parte de mi madre, mientras mi padre se limita a asentir sus preguntas sin levantar la vista de su periódico, en el que seguro leía algún artículo espacial de esos que tanto le gustaban. Subo a mi habitación. Enciendo el portátil y mientras se está abriendo mi página de Facebook, no dejo de pensar en la chica con la que he tenido esa batalla visual en el parque. Solo esperaba que esa lucha solo fuera una de muchas. Estaba decidido a que quería tener una guerra de miradas (con todas sus etapas) contra ella. ¿Sería eso que llaman amor? No creo. Era lo que necesitaba. La chispa de la vida. El cambio.
En mi perfil hay una novedad. Una petición de amistad. La abro.
No puedo apartar de los ojos de la pantalla. Es increíble. No se como, pero me ha encontrado.