martes

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Empezaron siendo 5000 mirlos. Mi 1º contacto con esta situación fue la noche de fin de año, a las 5 de la mañana, al volver de una fiesta. Salí de la casa de un amigo, cogí el coche y me puse rumbo a mi casa; cuando algo cayó sobre la luna del coche. Éste viró bruscamente y no conseguí reestablecer el control, así que volqué. Conseguí salir del vehículo como pude y no conseguí creer lo que veían mis ojos. Una gran cantidad de mirlos yacían en el suelo. Muertos. Al llegar la ambulancia y la policía, no me quisieron dar más detalles sobre los mirlos. Me llevaron al hospital, me pusieron unos cuantos puntos y al día siguiente regresé a mi casa. En cuanto llegué, en las noticias anunciaban este hecho insólito y alegaban que investigadores de prestigio estaban buscando las causas del fenómeno. Ese fue el principio del fin.
Unos meses más tarde comenzaron a perecer diversos animales en varios países del mundo. Empezó a escasear la comida y el pánico cundió en las ciudades. Era desquiciante. No había explicación ni cura a estas enfermedades. Al comenzar las 1ªs muertes inexplicables en humanos la población mundial enloqueció. Acusaron a los investigadores de proporcionar la cura a los ricos, arremetieron contra el gobierno y provocaron la destrucción de todo. El mundo entero se sumió en el caos.
Ha pasado un año desde las caídas de mirlos. Es imposible salir a la calle sin que te maten y ya no queda comida. Me encuentro en mi casa, escribiendo estas líneas al borde de mi locura y con mis 2 mejores amigos. Los demás han caído en su último refugio para sobrevivir, el canibalismo. Nosotros aún conservamos la cordura, pero el hambre es atroz. Solo nos queda esperar ... Esperar para que la locura nos absorba y nos devoremos los unos a los otros.

Su odio te alcanza y se extiende como una plaga.

Aquí se acerca la reina de las serpientes, que se adelanta hacia mí con la lengua fuera y con intenciones poco honestas. Me susurra, me sisea, me grita con voz estridente todo lo que ve desde la cara menos amable de su mente. Me empapa con sus habladurías como si fuera nitroglicerina; y, sin dejar de odiarla, me acerco más y más por el mero hecho de saber. Todo lo que observa a través de sus ojos gatunos pasa por una balanza de peso previamente truncado, sometiendo con su veredicto la verdad universal. Pretende que el mundo acepte su respuesta, y la vitoree acunada en un nido de rosas. Es lo que consigue de este duro trabajo del que es la protagonista principal. El problema es que su vocación es contagiosa, y extermina cualquier signo de bondad por el frío cinismo y la indiferencia.