martes

Su odio te alcanza y se extiende como una plaga.

Aquí se acerca la reina de las serpientes, que se adelanta hacia mí con la lengua fuera y con intenciones poco honestas. Me susurra, me sisea, me grita con voz estridente todo lo que ve desde la cara menos amable de su mente. Me empapa con sus habladurías como si fuera nitroglicerina; y, sin dejar de odiarla, me acerco más y más por el mero hecho de saber. Todo lo que observa a través de sus ojos gatunos pasa por una balanza de peso previamente truncado, sometiendo con su veredicto la verdad universal. Pretende que el mundo acepte su respuesta, y la vitoree acunada en un nido de rosas. Es lo que consigue de este duro trabajo del que es la protagonista principal. El problema es que su vocación es contagiosa, y extermina cualquier signo de bondad por el frío cinismo y la indiferencia.

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