lunes

Página 32.

Así vino ella a mí. Con la mirada baja, la cabeza gacha, la blusa abotonada hasta el cuello y la falda por los tobillos. Vestida en inocencia y pureza. Callada y paciente. Según los demás, nada interesante ni llamativo. Nunca he buscado ese tipo de mujer, sin embargo, fue otra cosa la que me atrapó: Sus ojos. En los que mostraba esa fiereza que recordaba. Esa fuerza. El ansia de saber que pretendía esconder detrás de cada parpadeo. Tan insolente. Indómita. Me provocaba con su falsa pulcritud, a pesar de que ambos eramos conscientes de su interior salvaje.
Seguí la magia que obraban sus zapatos al andar hasta el lugar donde las apariencias desaparecen. El final de su taconeo contra el asfalto inició mi pérdida de cordura y prendió mi incendio. Me arrinconó, me presionó, me llevó al límite de la locura una y otra vez. Disfrutó de mis reacciones, se burló de mi sufrimiento. Despiadada, voraz y ardiente. Perfecta en cada una de sus esquinas. El caos.
Tras la vorágine a la que ella me sumía cada vez que nos encontrábamos, el mundo real reapareció con el viento y el final de su espalda en el horizonte, con su disfraz restaurado: La cabeza gacha, la blusa abotonada hasta el cuello y la falda por los tobillos. Vestida de inocencia y pureza. Callada y paciente. Según los demás, nada interesante ni llamativo. Así había venido ella a mí en el pasado, el presente, y vendría en el futuro. Como una loba con piel de cordero. Como una diosa entre bambalinas.

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